El capitán James Alexánder Angulo Sogamoso, de 36 años de edad y oriundo de Bogotá, y el sargento viceprimero Víctor Alfonso Olaya Navarro, de 32 años de edad y oriundo de Fresno, Tolima. Unos papás ejemplo en sus hogares y en sus arriesgadas labores.
Actualmente la institución cuenta con mil hombres capacitados en antiexplosivos, quienes están desplegados a lo largo y ancho de Colombia, realizando labores de seguridad para evitar acciones con esas trampas mortales.
La vida de un papá militar no es fácil. El riesgo inminente que corre por su labor, donde arriesga su vida para proteger a la de la población civil, hace que sus familias día y noche recen por su bienestar, pero la de un técnico antiexplosivos podría considerarse, quizá, más riesgosa aún.
Y es que esta labor, silenciosa pero muy efectiva y necesaria es desempeñada por hombres y mujeres que día a día conviven con el peligro. No en vano tienen una premisa que lo resume todo: el primer error, puede ser el último en su vida.
Por esta razón, la preparación, la instrucción y el entrenamiento es implementado a diario por el Ejército Nacional para poder salvar vidas, no solo las de la población civil, también las de sus hombres desplegados en el área de operaciones.
Y dos de ellos son el capitán James Alexánder Angulo Sogamoso, de 36 años de edad y oriundo de Bogotá, y el sargento viceprimero Víctor Alfonso Olaya Navarro, de 32 años de edad y oriundo de Fresno, Tolima.
El primero de ellos es un oficial con más de 9 años de experiencia en labores de desminado operacional, desminado humanitario y antiexplosivos. Es papá de Gabriel, de 8 años, y de María José, de 2 años. Inició su carrera en el arte de neutralizar estas trampas mortales en Planadas, Tolima. En esta zona del sur del departamento delinquía la estructura Héroes de Marquetalia, de las extintas Farc. A diario se presentaban acciones terroristas con cilindros, minas y artefactos que al detonar causaban graves heridas a pobladores de la región y a miembros de la Fuerza Pública.
Fue allí donde, en ese entonces, el joven teniente Angulo Sogamoso se formó y adquirió la mayor experiencia en su labor. Enfrentarse a esa amenaza a diario le blindó los nervios y le hizo tener un pulso firme y una serenidad asombrosa, que es admirada por superiores y subalternos.
Su conocimiento, los episodios vividos y la preparación lo han hecho merecedor de diferentes felicitaciones y condecoraciones que le han permitido ser uno de los militares más reconocidos en su labor. No en vano actualmente es instructor en el Centro Internacional de Desminado, que se encuentra en el Fuerte Militar de Tolemaida.
Su esposa, Juliana Niño, y sus pequeños hijos, son su fuente de inspiración. Siempre se encomienda a Dios y a la sonrisa de ellos, cuando va a iniciar un procedimiento para destruir o neutralizar un explosivo. A su vez ellos, especialmente ella, saben que su trabajo es riesgoso y, aunque la angustia se apodera de ella cada vez que sabe que su esposo va a salir a cumplir esa misión, también entiende que el entrenamiento que posee lo ha formado para afrontar cualquier situación.
El sargento viceprimero Víctor Alfonso Olaya Navarro es hoy por hoy el suboficial con mayor recorrido en el área de antiexplosivos con el que cuenta el Ejército Nacional. Tiene 36 años de edad y hace más de 15 se desempaña en esta heroica labor. Fue en el 2007, en los departamentos de Guaviare y Vaupés donde aprendió, junto a otros experimentados militares, cómo actuar ante la presencia de artefactos explosivos. Poco a poco fue adquiriendo conocimientos. En esa época el Frente Primero de las extintas Farc, al mando de alias Iván Mordisco (quien aún delinque), incluso ofrecía dinero a quienes lograran afectarlo a él, a los caninos y a los militares que estaban encargados de neutralizar las minas y cilindros que esa estructura criminal instalaba en campos y veredas.
Hace 12 años se casó con Tatiana Ramírez, con quien cuatro años después tendrían a su primer hijo, Juan José. Y hace un año llegó a sus vidas David. Ellos tres son la adoración y la razón de ser de este tolimense. Son ellos quienes lo inspiran a tener nervios de acero y mucha fuerza a la hora de ponerse el traje EOD (Explosive Ordinance Disposal), cuyo peso promedio oscila entre los 40 y 50 kilogramos de peso. Y es esta pesada vestimenta la que lo ha salvado en varias ocasiones. Su hablar pausado y su mirada fija, le han hecho merecedor del respeto de muchos militares extranjeros que se han entrenado y capacitado a su lado.
Ellos reflejan el esfuerzo de los más de mil hombres y mujeres entrenados y capacitados en esta especialidad que actualmente tiene el Ejército Nacional. Y, aunque saben que a diario arriesgan sus vidas, también saben que su esfuerzo y conocimiento salva la de cientos de niños, adultos, abuelos, campesinos y compañeros de la Fuerza Pública que se encuentran en los lugares más recónditos del país. Y hasta allá seguirán llegando para cumplir esa importante misión para garantizar la seguridad y el bienestar de todos los colombianos.