Cerca de 280 mil hombres y mujeres componen las Fuerzas Militares, de los cuales 44 mil son suboficiales, ella ostenta el mayor grado de suboficialidad del Ejército Nacional.
El 28 de noviembre de 1993, con su maleta cargada de sueños y dos uniformes camuflados, la entonces Cabo Segundo Consuelo Díaz Álvarez llegó al Batallón de Artillería No.5 ‘Capitán José Antonio Galán’, en Socorro, Santander. Tras culminar su curso como suboficial ésta era su primera unidad militar. Llegó a aportar sus conocimientos, pero sobre todo a servir a sus soldados, a servir portando su uniforme a esta amada Nación,
Nació en Sogamoso, Boyacá. Allí realizó sus estudios de primaria en la Concentración Escolar Vanegas y secundaria en el Instituto Panamericano de Alborez. Vivía muy cerca al Batallón Tarqui. Cuando pasaba hacia el colegio escuchaba en las mañanas el Himno Nacional retumbando en unos parlantes. Se enamoró de la disciplina y el orden que veía en ese momento en la guardia de esa unidad.
Por eso en 1993, con la bendición de sus padres llegó a esa guarnición, y junto a otras 50 personas hizo parte de uno de los cursos extraordinarios descentralizados que por esa época se realizaban en varios puntos del país.
Fue feliz haciendo la diana a las 4:00 a.m., formando, corriendo, haciendo ejercicio, cargando el fusil, cumpliendo órdenes. “Mi sueño comenzaba a cumplirse, estaba muy feliz de portar el uniforme, esa segunda piel que aún hoy después de 30 años luzco y amo con profundo orgullo”.
En Socorro, Santander, se reencontró con su amigo de juventud y de barrio Henry Chaparro, quien también era suboficial. Años después se casaron y hoy tienen cuatro hijos. Dos de ellos eligieron la carrera militar en la Armada de Colombia.
Y aunque ya han pasado varios meses desde que fue designada como Sargento Mayor de Comando Conjunto (el grado más alto de los suboficiales) aún hoy se le aguan los ojos y la emoción le brota a flor de piel.
“En ese momento confirmé, una vez más que para Dios no hay imposibles. Reafirmé que cuando se tiene fe, cuando se cree en el trabajo arduo y en la satisfacción del deber cumplido, en las capacidades, ser buen ser humano, él le tiene algo bueno guardado a uno”, confiesa esta militar mientras se seca un par de lágrimas.
Sus días en las Fuerzas Militares se le pasan entre reuniones con alto mandos del Ejército Nacional, la Armada de Colombia y la Fuerzas Aérea Colombiana, en viajes a las unidades más recónditas del país, en atender compromisos protocolarios con las Agregadurías militares con asiento en Colombia, en visitar y saludar a los soldado heridos o enfermos, en hablar con las familias de algún uniformado fallecido, o con alguna necesidad o calamidad familiar, en visitar al personal privado de la libertad. Por eso no es raro verla en la mañana en Ánimas, Chocó, al medio día en Saravena, Arauca, en la tarde en Puerto Asís, Putumayo y en la noche en una reunión extraordinaria en la Escuela Superior de Guerra, en el norte de Bogotá.
Su comida favorita es el ajiaco, y disfruta del café caliente a cualquier hora del día. Cuando está en alguna formación con sus suboficiales, soldados y civiles, es enfática en el mensaje del respeto por esas premisas fundamentales: “Dios, familia e Institución, el acatar nuestros principios y valores, la ética, el honor, que son los que guían nuestro actuar como miembros de esta honrosa Institución, nuestras Fuerzas Militares. Siempre debemos ser coherentes con lo que pensamos, decimos y hacemos. Debemos amar siempre esta segunda piel pixelada. Nuestra vocación es el servicio independiente del grado o el cargo, hacer lo correcto en el momento correcto, por la razón correcta y a cualquier costo. Un soldado que construye ese código interno sobre principios verdaderos siempre hará lo correcto en cualquier situación, aún a costa de grandes sacrificios personales.” afirma la militar.
En sus momentos libres, aunque confiesa que son pocos, disfruta leer. Hace poco se terminó de leer su tercer libro de una colección del exmilitar y secretario de Estado en los Estados Unidos Colin Powell. Actualmente va en la mitad de El líder que no tenía cargo de Robin Sharma y ama los libros de John Maxwell.
El haber llegado a este cargo la sorprendió, pero la alegró. Trata de llevar algo a las unidades que visita. “No me gusta llegar con las manos vacías. Siempre trato de tener, aunque sea un dulce. Nuestras tropas en el área de operaciones valoran mucho esos pequeños detalles. Y esa es nuestra misionalidad, poder fortalecer el ánimo y la moral de ellos”.
Los fines de semana, cuando su agenda le da tregua, le gusta salir a caminar en familia y con su perro Maximiliano. Aunque también disfruta quedarse en casa con sus gaticos Cloe y Zeus.
En sus casi 30 años en la milicia ha pertenecido a diferentes unidades en el Valle del Cauca, Arauca, Casanare, Boyacá, Huila y Cundinamarca.
Ha participado en la elaboración de manuales como el primer reglamento de los Profesionales Oficiales de la Reserva, en políticas institucionales relacionadas con la familia y la administración del personal.
El ser el suboficial con el mayor grado en las Fuerzas Militares no la desvela, pero si la llena de compromiso con sus subalternos. Sabe que está iniciando a escribir un libro histórico de la participación de la mujer en la institución castrense. Espera dejar un gran legado para todas las que están en la carrera de las armas y sabe que su trabajo y ejemplo serán fundamentales para que las oficiales, los suboficiales y las soldados sigan ganándose ese espacio, que de a poco y muy merecido están obteniendo.
Fuente: Comunicaciones Estratégicas COGFM