El sargento viceprimero Jorge Luis Molina es padre cabeza de hogar. Su esposa hace tres meses falleció debido a un cáncer. Llevaban 21 años juntos y, de ese amor, llegaron sus dos hijos, Juan Felipe y Juan Sebastián.
La alarma suena a la madrugada, Jorge Luis se levanta, se alista y dispone a sus dos pequeños a hacer lo mismo. Mientras ellos se bañan y se arreglan para estudiar, él les prepara el desayuno y empaca la lonchera de cada uno. Luego los lleva al colegio y continúa su camino hacia el trabajo donde se desempeña como suboficial de instrucción y entrenamiento en la Escuela de Asalto Aéreo, en Tolemaida. Al cierre de su jornada laboral, recoge a sus hijos y comparten el resto del día. Cae la noche, duerme y vuelve a empezar su rutina.
Hombre disciplinado, íntegro y fiel a sus creencias, Molina es el único militar de su familia, apenas finalizó su educación media se incorporó al Ejército Nacional y con el transcurrir de los años ha logrado hacer diferentes cursos, como Lancero, Paracaidista y Asalto Aéreo, entre otros. «Nunca me arrepentiré de ser militar porque he enseñado a sobrevivir sin importar las condiciones. Ahora estoy haciendo el curso de padre y madre», afirma el sargento.
Recuerda a su esposa como una mujer guerrera, alegre, que se disfrutaba cada día de su vida. «Antes de la muerte de mi esposa, ella me dijo que cuidara a mis hijos y luchara para que fueran profesionales». Sus dos Juanes son la prioridad, la parte fundamental de la vida que le dan fuerza y valor para continuar ante cualquier dificultad que se pueda presentar, porque cuando piensa en ellos, siente que todos sus temores desaparecen.
El sargento Molina no puede negar su admiración por las mujeres, se dirige hacia ellas como seres de luz, capaces de hacer lo que se proponen, la antorcha y fuego de todas las familias. «Ha sido difícil llevar el rol de mi esposa porque al ser militar no tienes mucho espacio, te involucras tanto en el trabajo que no te das cuenta de esos detalles. Ahora he aprendido, poco a poco, a llevar ese papel de padre y madre, y a estar pendiente de cada necesidad de mis bebés. Jugar con ellos, sonreír con ellos y aprovechar el tiempo de su corta infancia», continúa su relato mientras mira el horizonte.
Esta situación por la que está pasando con su familia lo ha ayudado a conocer la verdaderas debilidades y fortalezas de sus hijos. «A nosotros como militares nos tienen catalogados como personas de corazón fuerte, pero la parte débil de cada uno es la familia. Aquí en el trabajo uno grita y da órdenes, y en la casa uno tiene el deber de ayudar a los oficios varios del hogar. El cuento es otro».
Él quiere expresarles a todos los hombres que apoyen a sus esposas, porque no se sabe cuándo será el último día. No es necesario que pasen cosas malas para aprender a valorar, estar en los momentos buenos y difíciles. Uno de sus recuerdos más emblemáticos es el día de su matrimonio, un día que marcó su vida llena de felicidad.
Autor: prensa – Ejército Nacional